Experiencia cercana a Live Li

A raíz de ciertos hechos en mi vida personal, a fines de 2006 decidí empezar terapia con seriedad, por primera vez en mi vida.

Conseguí un excelente psicoanalista pero, como las cosas se me pusieron crudas de veras, también decidí intentar por la vía de las terapias no convencionales. La extensa biblioteca de mi padre me había preparado para casi todo lo que encontré, al menos teóricamente.

Finalmente, a instancias de un amigo, tomé contacto con su propia terapeuta, Alicia Valero y, tras probar un poco más por aquí y por allá, solté casi todo lo demás y me quedé sólo con ella.

Alicia practica un método de sofrología con base taoista y orientación junguiana que poco a poco empecé a desentrañar, llevado por mi tendencia a desarmar todos los relojes. Complicó mi afán explorador el que Ali esté en permanente evolución, por lo que en buena medida la terapia que estoy haciendo ahora, no tiene exactamente los mismos métodos ni objetivos que la terapia que hacíamos al comienzo.

No me quejo: es cada vez más fascinante, anche desconcertante.

Desde el comienzo, una sesión regular se desarrollaba de la siguiente manera: un poco de charla sobre la semana, la vida, las sensaciones, etc. (hubo un tiempo en que estas charlas fueron disminuyendo y reaparecieron al consolidarse la amistad entre ella y yo: en términos generales, Alicia siempre pareció considerar estas charlas más un placer personal que una necesidad del trabajo). Inmediatamente pasábamos a una relajación guiada (“tus pies pesan, todo tu cuerpo pesa”, etc., etc.), y alguna visualización de transición: una escalera o un tobogán son las más comunes.

Hace muchos años, en base a experiencias espontáneas y orientado a los intereses del momento, escribí un artículo titulado “masaje y psicodelia”, donde describía un eje imaginario que va desde el estado de vigilia total hasta el de sueño profundo, y tiene un correlato con el estado físico.

Básicamente indicaba que, a mayor relajación, mayor presencia de la actividad onírica, sin necesariamente suprimir la vigilia de la mente consciente.

Esto significa que, llegado cierto nivel de relajación, uno puede presenciar en su estado mental, una actividad muy similar a la que tiene cuando está soñando.

Grosso modo, uno puede presenciar, despierto, sus sueños. No es exactamente esto, pero la idea va por ahí.

El trabajo con Alicia empieza en ese estado de conciencia, en cada sesión.

Cuando uno está en este estado umbral entre la vigilia y el sueño, la actividad mental comparte las características de la actividad onírica, y pueden aflorar contenidos del subconsciente, de la misma manera en que afloran en los sueños: simbólicamente.

Pero en estas condiciones, el contenido emergente no se olvida, y el simbolismo puede ser incorporado a la mente consciente, dando lugar a un proceso de re elaboración.

Habitualmente estos contenidos emergen a la conciencia en frma de metáforas visuales: uno “ve” imágenes, del mismo modo que “ve”los sueños con los ojos cerrados.

  Estas “visiones”, comúnmente llamadas “visualizaciones” tienen una importante carga simbólica, por lo que pueden traer asociadas emociones e ideas.

A veces, la experiencia es muy intensa: tan intensa que, aunque uno no la confunda con la realidad, su contenido emocional lo arrastra de igual manera y uno llora la tristeza de la imagen, combate su violencia o disfruta su alegría.

Meses después, me iría enterando por mi cuenta de que el famoso “método de control mental Silva”, así como muchas prácticas de magia tradicional, occidental y oriental, tienen lugar en un estado de conciencia similar.

La diferencia importante radica en que, regularmente, el control mental o la magia buscan llegar a ese estado de conciencia umbral entre la vigilia y el inconsciente para mandar de modo unilateral, “órdenes” al sub e inconsciente, generando de este modo una “programación” que ponga los poderes del inconsciente al servicio de la voluntad, o el capricho, del practicante o mago.

Esta práctica parte de la premisa de que el inconsciente está inactivo, a menos que le ordenemos algo.

Si la premisa es errónea, como creo, este tipo de prácticas tienen el grave peligro de atosigar al inconciente personal de tareas, caprichosamente asignadas por lo que la persona considere importante en cada momento, sea conseguir dinero sin trabajar, sexo sin intimidad o la generación de una habilidad tal vez innecesaria.

Los ejemplos, lamentablemente, son muy corrientes: la gente tiende a usar este tipo de prácticas para tratar de saltarse pasos en la evolución natural de las cosas.

Estas tareas impuestas pueden entorpecer tareas más legítimas del sub e inconsciente, complicando la vida del practicante.

En el sistema de Alicia, en cambio, en vez de enviar órdenes al subconsciente uno se acerca al punto de umbral y se queda callado, permitiendo que se expresen los contenidos inconscientes. Por algún bug de diseño en el ser humano, los contenidos erróneos no pueden ser elaborados in situ, sino que necesitan pasar primero por la conciencia, comprenda ésta su simbolismo o no.

Una vez vistos, comienza el proceso de re elaboración, llevado a cabo mayormente por el inconsciente.

Esta es una de sus tareas “legítimas”: promover una formulación de equilibrio en el sistema psíquico que  sea óptima para la realización de las necesidades particulares de cada persona, en cada etapa de su vida.

Una de las modificaciones que trajo el tiempo al método de Ali fue la inclusión regular de símbolos de rei ki.

Al muy poco tiempo de empezar, Ali me pasó un par de ellos para usar en mi práctica de tarot o cuando quisiera. El primero fue el “Live Li”, que tomé como una especie de sello de protección contra lo que fuera que sean las “energías negativas”. Entendí que producía una especie de rechazo magnético sobre esta categoría vaga de cosas que podemos llamar “mala onda”.

Más tarde, me enteraría de que en realidad su función no es “rechazar” malas ondas, sino “devorar energías negativas”.

Remarco: las devora.

Me acostumbré a usarlo, un poco por supersticioso y un poco más por su sencillez: uno dibuja con un dedo en el aire o en una superficie un símbolo muy rudimentario, consistente en un triángulo, apoyado sobre un arco, y dentro del arco una punta de flecha hacia arriba. Si un cartel en la ruta pudiera avisar “a 100 metros, medusas de mar gigantes”, probablemente usara este signo para representarlas.

Creo que en caso de visualizarlo, el manual indica que debe ser de color rojo.

Se aposta en cualquier lugar que uno quiera “proteger”.

Casi dos años después, llega la modificación antedicha, y Alicia empieza a usar estos signos regularmente en las sesiones.

El modo de aplicación es a través de una especie de “mazo de símbolos de rei ki “ que le confeccionó de motu propio otra paciente, dibujando cada símbolo por separado sobre un cartón de unos 10 x 20 centímetros.

Deja este mazo cerca y, apenas completa la relajación guiada, antes de empezar las visualizaciones, toma alguna de las “cartas” al azar, y dibuja este símbolo sobre el paciente.

Habitualmente, las visualizaciones guardan mucha consistencia con la razón de ser de cada símbolo.

Claro, esto lo sabe uno cuando sale de la relajación, abre los ojos y ve cuál símbolo se le aplicó. Se hace así por varios motivos, y uno muy expreso es evitar la contaminación de ideas que puede ocurrir cuando la persona conoce el símbolo que se le aplica.

En cierta época, había yo retomado la práctica de artes marciales. Como tenía ganas de “bajar a tierra” y salir de lo teórico de algunas como el kung fu, capoeira, etc., empecé con una disciplina mixta que incluye formas de contacto (impacto) pleno, junto con proyecciones, llaves, y lucha grecorromana o jiu jitsu.

En estas me fue muy útil el background de mi tempranísima (y brevísima) práctica de Ju Do, donde aprendí la importancia de mantener el cuerpo pegado al del contrincante para paralizarlo, aplastando con el propio pecho las iniciativas de movimiento del otro.

Todo lo que practiqué hasta ahora de jiu jitsu incluye mucho de esta cercanía, como si uno quisiera “planchar” al otro con el propio cuerpo.

Para esa misma época, ya había tenido una gran cantidad de experiencias con Alicia, incluyendo al menos una (que recuerde ahora) muerte, mía, visualizada y un par de vivencias de “sacarme cosas de adentro” de extraordinaria crudeza visual y emocional.

Pese a lo doloroso de estas experiencias (visualizaciones), se mostraron siempre necesarias en el momento, y provechosas al corto plazo. Así que, mal que mal, mis propias reticencias a “cortar por lo sano” iban desapareciendo con la práctica.

En esta sesión en particular, todavía había grandes resistencias de ciertos aspectos míos que preocupaban a Ali, que por algún motivo los llamaba mi “fijación con lo siniestro”.

Lo de “por algún motivo” es un chiste. Sé bastante bien lo que había en mi mente y corazón por esa época, y era siniestro.

Parte de eso será motivo de otro artículo.

Lo que importa ahora es que el devenir de esta sesión estuvo lleno de vaivenes, retorcimientos  y sensaciones permanentes de estar evitando algo, hasta que de repente la imagen se transformó absolutamente, y me encontré mirando de frente el fondo de un charco poco profundo.

El lecho era marrón, el agua transparente, y hacia mi cercanía había una especie de barrera de negrura.

Al rato de presenciar esa imagen (la percepción del tiempo es a veces diferente durante una visualización) me doy cuenta de tres cosas: uno, no era un charco, sino alguna especie de agua más profunda.

Dos: yo era ese paisaje: el agua, el lecho y la barrera de negrura, todo era yo.

Tres: no estaba solo. Había alguien más en el fondo del lecho.

Nos estuvimos mirando un rato frente, él desde el fondo del lecho y yo desde afuera.

No tenía casi nada de humano, excepto un algo en la mirada. Sus ojos eran dos manchas negras como gotas de tinta en una protuberancia en el lomo, que perfectamente podría haber tenido un cerebro rudimentario, quizás algo más que reptiloide. Brillaba en esa mirada una inteligencia no humana, pero con propósito, con intención definida y tenaz, pero no pude dilucidar cuál, y eso me producía cierta ansiedad.

Era una especie de manta raya de color perla lechoso, con dos aletas tubulares como tentáculos o bigotes y una cola partida.

Me miraba con esa percepción a la vez nítida y limitada que le adivinaba, y tanteaba la barrera de oscuridad que, de alguna manera, separaba ese lecho de arroyo que era yo, de otra parte de mí, que permanecía fuera de mi vista.

Sentía rechazo y antipatía por todo: por esa figura babosa que me tanteaba, por mi propia oscuridad, por el intento de este bicho inhumano de entrar y por el mío propio de mantenerlo fuera  de no entendía bien qué espacio mío.

Se lo comento a Ali y ejecuto algo así como un parpadeo mental, que el bicho aprovechó plenamente: cuando vuelvo a fijar la atención en él, se había de alguna manera colado a través de la barrera de oscuridad y estaba exactamente en frente mío.

Se me arrojó encima de la misma forma en que yo había re aprendido a arrojarme sobre mis contrarios: sin darme ninguna oportunidad de nada y envolviéndome con su cuerpo, eliminando toda distancia y dominando la situación antes de que pudiera yo reaccionar de ninguna forma.

Literalmente, me puso una plancha de jiu jitsu.

Tras lo cual, comenzó a fundirse conmigo: atravesó mi piel rápidamente y empezó un proceso, mucho más lento, de filtrarse a través de mis huesos, especialmente mi cráneo, esternón y costillas.

Con el conocimiento de la práctica, supe simultáneamente que no tenía manera de defenderme, y que estaba bien que no la tuviera.

Una parte mía, desde el fondo de mis huesos, gritaba, sabiendo que iba a morir. Y otra parte mía suspiraba resignada, sabiendo que si algo de mí moría en este lugar, en esta circunstancia, es porque así debía ser. Mayores porciones mías habían muerto ya, en el ejercicio terrible de transformación que es la terapia para los muy necesitados.

Los ojos del pez todavía me miraban decididos, inexpresivos, a la cara, mientras seguía hundiéndose en mi pecho y matando algo de mí.

Agotado, salí del trance de visualización y Ali se manifestó muy contenta con el trabajo de ese día.

Tras más de dos años de lucha me dijo con claridad que, por primera vez, ya no estaba preocupada por mi fijación con lo siniestro: este día habíamos hecho lo decisivo para que eso no volviera a ser un problema nunca más. Me mostró el símbolo que me había aplicado al comienzo de la sesión.

Estaba, clarísima, la cabeza triangular de una manta raya, las aletas, la cola partida.

Desde entonces, la naturaleza de mis visualizaciones dió un vuelco radical, del que ya hablaré.

Y ahora, cada vez que planto el live li, en vez de sentirme colgando un cartelito, siento que invoco un temible, verdaderamente temible perro guardián, y lo imagino serpenteando por las superficies protegidas, manteniendo limpio el lugar, cazando, predando.

Devorando.

Símbolo de Rei Ki Live Li

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